La Monarquía en la Edad
Media
En la Edad Media europea, la
descomposición del Imperio Romano llevó el establecimiento de las monarquías
germánicas, fundamentadas en la necesidad de un dirigente militar con autoridad
en la época de las invasiones. La civilización urbana clásica se vio sometida a
un fuerte proceso de ruralización y descentralización y el modo de producción
esclavista se sustituyó por el modo de producción feudal.
La posterior descomposición del
Imperio Carolingio propició en buena parte de Europa Occidental distintas
formas de monarquía feudal, mientras que en otras zonas surgían repúblicas en
ciudades libres o estados eclesiásticos.
En Europa Central una serie de
dinastías germánicas recreaban sucesivas versiones del Imperio, al tiempo que
en Europa Oriental pervivía el Imperio Bizantino, ambos oscilantes entre la
teocracia y el cesaropapismo; mientras que el asentamiento de los
pueblos eslavos concluyó en la formación de otros reinos.
La civilización islámica comenzó
con un poder político y religioso concentrado en el califato que se disgregó
espacialmente, originando una pluralidad de estados que buscaron su
legitimación en distintas formas de monarquías, con estructuras más o menos
tribales, nacionales o imperiales, ligadas o no a una teórica vinculación
familiar con el profeta Mahoma, y complicadas por las violentas intrigas del
harén y los numerosos candidatos que la poligamia proporcionaba.
Las monarquías cristianas
europeas eran dinásticas: el hijo mayor o el descendiente varón más próximo
heredaban el trono, aunque la dinámica expansiva y agresiva del feudalismo las
hacía enormemente cambiantes por las continuas guerras de conquista.
Obtenían su capacidad militar de
los soldados y armas de los señores feudales, con lo que dependían de la
lealtad de la nobleza para mantener su poder; y su legitimidad del clero
(particularmente la orden de Cluny) encabezado por el Papa. Éste no
desaprovechó las ocasiones que se presentaron para propiciar el establecimiento
de monarquías independientes eximiéndolas del vasallaje debido al Sacro Imperio
Romano Germánico o al reino del que se desgajaran (caso de varios reinos
peninsulares, como el reino de Portugal frente al reino de León).
La “patrimonialización” de la
monarquía permitía la división del territorio en caso de herencias y su fusión
en caso de enlaces matrimoniales (sometidos a especiales codificaciones -Ley
Sálica- y escándalos en caso de disolución o matrimonio morganático), con toda
la complejidad institucional y territorial que de ello resultaba, así como los
conflictos sucesorios que podían suscitarse con cualquier excusa.
Otro resultado trascendente fue
el alejamiento de las casas reales de los pueblos sobre los que reinaban: tales
extremos alimentaban la idea de la diferencia sustancial entre los reyes y el
resto de los mortales y el prestigio de su sangre azul, junto con la exhibición
ritual (unción real, establecimiento del protocolo de la corte, uso del plural
mayestático, administración arbitraria de la gracia y justicia real,
espectáculos multitudinarios como los besamanos, etc.).
En los últimos siglos de la Baja
Edad Media, con el declive del feudalismo y la aparición de los Estados
nacionales en torno a las monarquías autoritarias, el poder territorial se fue centralizando
en la figura del Soberano, que no reconocía poderes superiores como habían sido
los poderes universales medievales (Papa y Emperador).
En principio estos gobernantes
eran apoyados por la nobleza, por lo que el rey era un primus inter pares (el primero entre iguales), es decir, el rey
reinaba en virtud del apoyo de la nobleza. Si el rey no era apoyado por esta
clase privilegiada se procedían a los múltiples derrocamientos y guerras
civiles entre pretendientes al trono en virtud del respaldo de la nobleza que
tuviera cada pretendiente (recordemos los continuos casos de los reyes
hispanos).
La Monarquía en la Edad
Moderna
Entre los siglos XVI y XVII, las
monarquías aumentaron sus pretensiones de concentración de poder para
convertirse en monarquía absoluta: aumentando la centralización, suprimiendo
intermediarios entre monarca y súbditos e intentando el ejercicio de un poder
sin limitaciones teóricas, con mayores o menores posibilidades de lograrlo.
Modelo histórico de ello fue la monarquía borbónica de Luis XIV de Francia,
mientras que la monarquía católica de los Habsburgo españoles quedó como modelo
de monarquía autoritaria, con pretensiones más limitadas.
Tanto los abusos de poder como la
inadecuación de esas pretensiones a la dinámica económica y social, llevaron a
revueltas anti-fiscales, particularismos regionales o bien la insatisfacción
creciente de la burguesía. Todo ello contribuyó a la caída de las monarquías
absolutas de Europa Occidental tras sucesivos ciclos de revoluciones burguesas
o liberales: la Revolución inglesa de 1640-1688 (con un intermedio de
Restauración), la Revolución francesa y las guerras de la independencia
americana desde fines del XVIII hasta principios del XIX y los ciclos
revolucionarios de 1820, 1830 y 1848.
Estos procesos revolucionarios
marcaron hitos en la limitación del poder de los reyes, que procuraba revestir
al absolutismo de una justificación ideológica que superaba el derecho divino
de los reyes mediante lo que se denominó despotismo ilustrado, vinculado a la
ilustrada idea de progreso. En cambio, esa misma forma en Europa Oriental coincidía
con el momento de mayor concentración del poder en los reyes, simultáneo a un
proceso económico y social de refeudalización, que llevó a la autocracia
zarista en Rusia y a la expansión del Imperio Austrohúngaro.
La Monarquía en la Edad
Contemporánea
La idea moderna de una monarquía
limitada constitucionalmente se consolidó con lentitud en la mayor parte de
Europa, al tiempo que aparecían las primeras repúblicas europeas modernas.
Durante el siglo XIX el poder de los parlamentos crecía al mismo ritmo que
disminuía el poder de los monarcas, que se acomodaban a un papel de espejo de
virtudes sociales mitad aristocráticas, mitad mesocráticas o burguesas, como el
que ejemplificaba la Reina Victoria, incluyendo la doble moral que ha pasado a
ser sinónimo de época victoriana. Hubo incluso tronos que se pusieron a subasta
y recayeron en el candidato que demostró mayor sensibilidad liberal, como el
español durante la revolución de 1868 (en Amadeo de Saboya).
Otros se escindieron pacíficamente, a iniciativa de sus propios
súbditos: el reino de Noruega y el reino de Suecia en 1905. Alguna, como la
belga, escindida revolucionariamente en 1830 de la holandesa, se definió como
monarquía popular. El caso de disolución más clara fue el de la monarquía
francesa, cuyos partidarios, enfrentados y escindidos en orleanistas y
legitimistas, fueron incapaces de aprovechar su victoria electoral tras la
caída del imperialismo bonapartista (1871), lo que consolidó la III República.
Bibliografía
“Monarquía”. Disponible en: http://www.recursosacademicos.net/web/2010/04/03/monarquia/
“La Monarquía I”. Disponible en: http://nobleyreal.blogspot.com.es/2009/06/la-monarquia-i.html
“La Monarquía II”. Disponible en: http://nobleyreal.blogspot.com.es/2009/06/la-monarquia-ii.html
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